Una de las cosas que más atractiva hacen la ciudad a estos ojos es la posibilidad de descubrir músicas y músicos a través de sus directos en pequeñas salas, teatros, centros cívicos, baretos y locales varios… en cualquier momento de la semana. Así, el asombro se hizo presente, de nuevo, el jueves en la Rotonda Delicias, donde el Ciclo Bombo y Platillo se empeña en ofrecer pedazos de cielo a quien se acerca a escuchar de forma desprejuiciada. Que no es fácil, con el exceso de (des)información en el que navegamos.
Emilia y Pablo son dos jóvenes chilenos afincados en Madrid que habían actuado en una edición anterior del ciclo, pero esta observadora no había tenido oportunidad todavía de acercarse a participar de su liturgia.
En esta ocasión nos mostraron temas de sus dos álbumes de estudio –Territorio de delirio, del 2021, e Isla Virtuosa, del pasado año-, versiones preciosas de algunos de sus referentes y algún adelanto que todavía no han grabado, pero que presagia un tercer disco al que seguir la pista con expectación. Y eso que hablaba, el tema inédito, de este mundo por el que transitamos y de las cotas de dolor que acumula.
Empezaron la actuación a capela, con Desdibújame. Fue un preludio en el que atisbar la complicidad de sus voces y la intimidad de lo que iba viniendo. Pero antes de bajar la luz, cogieron guitarra -ella – y charango -él- para traernos algo de la sonoridad mexicana a través de Sembrando flores, esa maravilla de son jarocho de Los Cojolites, para continuar con Muchacha, un tango traído a la actualidad que sonó más que bonito en sus voces entrelazadas. Pablo crea un sustrato sonoro sobre el que la voz de Emilia enraíza de una manera natural, pareciendo que hay más instrumentos en el escenario de los que realmente hay, generando un efecto altamente acariciante. Hacen gala de un toque flamenco personal que se evidencia en canciones como Húyanle, del segundo disco, o Sonrío-Convulsión, del anterior. Pero no se quedan en eso, sino que arriesgan con una mixtura de ritmos, voces, coros, cambios de ritmo o vocalizaciones casi como de didgeridoo que llenan el espacio, poniendo sobre el escenario todas sus influencias musicales a la vez, que parecen muchas.
Lo hacen muy lindo, la verdad. Recrearon, sin trampa ni cartón, la delicada Tiempo y silencio, de Luis Pastor y Pedro Guerra. También se abrieron en canal -ella- al hilo de esa belleza que es A lo lejos, que habla de ellos dos, que fueron pareja durante diez años y han conseguido trascender aquel primer amor gracias, entre otras cosas, a este enredo compartido de la música. No es fácil, pero a veces sucede que podemos seguir sosteniéndonos en quienes, pese a todo, siguen ahí. Es precioso, tanto como esta canción que han armado para celebrarlo.
Acabaron como habían empezado, sin instrumentación, pero esta vez cara a cara en el escenario, con Temblor-Enajenación. Esta pareja bebe del teatro y se nota en la puesta en escena, la postura, las maneras, la elegancia de algunos gestos y de las manos de Emilia, elementos que sirven para amplificar la intensidad de sus temas.
Volvieron, claro, para encogernos un poco el corazón con el Oro Santo de Buika pasado por su tamiz propio y se despidieron sin micrófonos, sin instrumentos, en la desnudez de sus voces y la percusión en sus cuerpos con El derecho de vivir en paz, de Víctor Jara, de quien ya habían hecho sonar con gran dulzura su versión de Luchín.
Un combo de influencias amalgamado por la capacidad poética total de Emilia y Pablo. Instantes de feliz de descuido contra un mundo a la deriva. Gracias por la cercanía. Y por la belleza. Las necesitamos tanto como poder vivir en paz.
Texto: Beatriz L.